(Andrés Vázquez y Baratero)
"A principios del mes de Agosto de 1969, don Livinio Stuyck me dio cita en Las Ventas... Cuando llegué a la plaza vi en los corrales la corrida de Victorino que estaba anunciada para el domingo siguiente, eran toros de siete u ocho años... algunos tenían más edad. Don Livinio me dijo que debía sustituir a Antoñete, quien estaba enfermo... le contesté que con esa corrida había razón para enfermarse... Te lo pido como un favor, me dijo... Tú eres un torero para San Isidro, pero necesito que torees ésta... Mis temporadas anteriores no habían sido buenas. No hay problema don Livinio, mato la corrida... ¡Y qué corrida! Había un toro que no se parecía en nada ni a lo de Saltillo, ni a lo de Santa Coloma... listón, colorado, grande... Se llamaba "Granaíno". ¿De dónde venía? Nadie lo sabía... Victorino guardaba silencio en un rincón... Era él, sin duda, el que le había dado a don Livinio la idea de llamarme. Le pregunté ¿por lo menos no estarán toreados? No, no... Obviamente, en el sorteo me tocó "Granaíno". No lo olvidaré jamás. Había cubierto a las vacas de un vecino, pero como Victorino estaba tieso se veía obligado a lidiar todo, no podía permitirse mandar nada al matadero. Apenas pudieron clavarle una banderilla, y tuve que pedirle al presidente que cambiara el tercio ya que la cuadrilla amenazaba ponerse en huelga... El mismo San Pedro no hubiera podido ponerle un solo palo... No lo habían picado, únicamente algunos refilonazos... de los que había salido huyendo. Había un silencio glacial en la plaza cuando cogí la muleta. La gente esperaba lo peor. Algunos me decían que no fuera al toro... Pero yo estaba lúcido. En cuanto me vio salir del burladero, "Granaíno" se me echó encima. Le di doce durísimos doblones por bajo, y cuando se detuvo, una vez que lo hube llevado a los medios, sin darle tiempo ni de respirar o de orientarse, le aticé una estocada en el hoyo de las agujas. ¡Pum! Al revolverse me miró directo a los ojos. Ese momento de duda fue mi oportunidad. Le tiré la muleta a la cara y escapé, no soy muy ágil corriendo, pero al llegar al burladero lo salté apoyándome en una sola mano, así de alto como es, del miedo que me inspiraba... "Granaíno" llegó al burladero justo detrás de mí, levantó la cabeza por arriba de las tablas, resopló y cayó patas arriba. Me dieron la oreja. Era un hijo de Satanás, que indudablemente ya había sido tentado... tenía diez u once años, vaya a saber...
Afortunadamente, después salió "Baratero", uno de los toros más bravos que he visto. Al observarlo salir de toriles me di cuenta de sus cualidades y dificultades. Tenía seis o siete años... persiguió a los banderilleros de un lado a otro del ruedo, y decidí jugarme el todo por el todo. Lo fui metiendo progresivamente en el capote, primero con lances a distancia, después, una vez que estuvo fijado, le bajé las manos y le pegué unas verónicas muy quieto, una tras otra, hasta rematar con una media muy seria que lo dejo frente al caballo, el cual entretanto había salido. Tomó cinco puyazos de los de antes... Y era cada vez más bravo... La bravura no es cómoda. Los toros bravos a menudo tienen mal carácter. Pero "Baratero" también era noble, aunque de una nobleza relativa... Me miraba con un terrible aire de superioridad, como si me estuviera perdonando la vida... El Rubio de Salamanca, que tenía que picarlo, me dijo al pasar, ¡maestro, que tengo hijos! No hay problema, le dije: te voy a pagar por metro... mil pesetas por cada metro de embestida... El toro se arrancó cinco veces desde los medios, el público estaba de pie, el picador también... Llegando al peto el toro se frenaba, humillaba, metía los riñones y empujaba... Una cosa increíble... Qué romanticismo. No quería más violencia... sólo empujar con fuerza. Victorino estaba de pie. Le hice salir al ruedo y le brindé el toro a él y al picador... Después le di a "Baratero" 19 pases. Ni uno más. Era imposible. Al salir de un pase de pecho de pitón a rabo, levantó la cabeza y me miró a los ojos... los suyos eran muy grandes... parecía decirme, se acabó... Si continúas te cojo... La gente estaba loca. Monté la espada, lo llamé, ¡eh, bonito, guapo!, y lo maté a cámara lenta. Después lo tomé por el pescuezo. Caminamos un poco, y llegando al tercio me miró antes de caer fulminado... Pedí la vuelta para "Baratero"... es el toro más bravo y más noble que Victorino haya lidiado jamás en Madrid. ¡19 pases! No me permitió ni uno más. Pero ¡qué pases, qué intensidad! Al comienzo seis o siete seguidos por alto, luego por bajo, la muleta siempre puesta, en la mano izquierda... Mis pies no salían del espacio de un pañuelo y mi corazón latía como si se me fuera a salir del pecho. ¡Es el toro más importante de mi vida! Fue un momento de gran espiritualidad, de gran complicidad entre toro y torero... Madrid comulgó, y ese día, más que nunca, fue el santuario del toreo... Un templo. El más grande del mundo. (...) Después de eso podía morir, me había realizado... nunca me he jactado de ser figura ni de nada... simplemente de ser matador de toros... ahí está la historia. ¡Cuando nadie quería ponerse delante de esos toros, yo lo hice!".
Copiado a mano de Tierras Taurinas para recordar lo que es un matador de toros en estos tiempos de figuras de pitiminí
5 comentarios:
Amén
MANUEL ORTEGA
Sólo de leerlo se ponen los pelos de punta. Hoy las figuritas y los aprendices huyendo del toro, buscando el borreguito. Son los tiempos que vivimos.
Muy emocionante el escrito.
Encantado de servirles
Un copista
Que brutalidad, muchas gracias OLEEEEEEEEE
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