Cebada Gago, Partido de Resina, Victorino Martín
Del 11 al 13 de Julio tuvo lugar en Moraleja, Cáceres, Extremadura (8.000 hab. aproximadamente) un ciclo de novilladas con picadores protagonizado por las ganaderías de Cebada Gago, Partido de Resina y Victorino Martín (la primera en 40 años decían por ahí). ¿La plaza? la plaza del pueblo. ¿Ambiente? de fiesta de pueblo... impagable. 40 grados a la sombra. A veces, como cuando se desmayó un caballo, parecía una goyesca de las de antes. ¿Los toros? novillos de desecho (mediopelo diría Victorino). Nada parecido a un Ceret, no bajó la Virgen, nadie lo esperaba. Hubo de todo, pero gracias a la ineptitud general en la lidia por parte de los novilleros, muchas veces no se pudo ni intuir que era lo que se ofrecía. Mucho monopuyazo asesino (aunque alguno entró hasta tres veces) y dos pares de banderilla por toro, bastantes con nocturnidad y a traición. Alguno buen novillo hubo, eso sí, o eso me pareció. Los Cebada Gago, casi de carretón se decía en mi pueblo. "Tanto Cebada, tanto Cebada...". Me gustó el colorado primero aunque manseó un poco en varas. Cuando embestía levantaba arena con las manos que me daba en la cara, arriba en los tendidos. Tan abrochado de cuernos que pasa un año y se los clava en los ojos. Los Partido de Resina... que nadie espere que vuelvan por sus fueros. Descastados aunque un par fueran salvables, algunos se quedaron inmóviles (el segundo tras tres puyazos automedicados), marmóreos, aplomados, en la faena de muleta. Los Victorinos... los mejores, para un lleno total. Para un servidor: demasiado nobles, un poco como con los Cebada. Pero por lo menos alguno tuvo un poco de picante (el lote de Nuno, me parece recordar: tobillero, duro de patas, boca cerrada hasta la muerte). ¿Los Novilleros? en novillero. Nervios y ganas de agradar. Muchas ganas. Por supuesto, mucho que aprender... de lo bueno. De lo malo ya saben bastante: Ratoneando en cuanto pueden. Sin cruzarse, mucho pico, ahogando la distancia, ni un lance con el capote en tres días, pegándose el arrimón, cuidando los animalitos más débiles, convirtiendo la lidia en capea, mirando al presidente a la hora de las orejas, mechando morros para descabellar... ¿El público? Amable es decir poco... Cada vez que moría un toro pedían un diluvio de orejas. Felices, en fiestas ¿Quién se las iba a negar?
Yo, con los malditos pasodobles retumbando en mi cabeza, tomaba un nolotil, sonreía y controlaba mi naturaleza de aguafiestas camino de casa.Moraleja: faltó picante.
(Como casi todos los días)
No hay comentarios:
Publicar un comentario