(Munición)
"Lo que pretende el taurinismo -junto con otros propósitos todavía más indignos y superficiales- es tal vez inventarse a principios del siglo XXI, una nueva época dorada del toreo que, bien mirado, no ha llegado a existir. Me explicaré: todo espectáculo necesita, para serlo, conseguir credibilidad ante los espectadores: si no es creído por los espectadores, el espectáculo no existe como tal; la tragedia del gran espectáculo, de la gran ópera que hoy muchos querrían que fuese el toreo moderno, es que no puede llegar a ser creído por los espectadores de su tiempo, porque hay todo un gallinero abarrotado de reventadores que, desde que se alza el telón hasta que los alguaciles se ven obligados a desalojar la sala, no han dejado de patear un solo instante. Con semejante pateo de los reventadores el espectáculo pierde toda posible credibilidad y se malogra como un niño nonato. Y así puede que la nueva época dorada del toreo nunca llegue a existir. La amargura de las actuales generaciones es que esta época nunca llegue a ser reconocida con sincera convicción como tal. ¿Por qué a nosotros? dicen estos espectadores. Porque dejasteis -les contestan- que el gallinero se os abarrotase de rufianes, carentes de todo sentimiento de grandeza, renuentes a todo entusiasmo, insensibles a la sublimidad del toreo moderno; por eso vuestro toreo moderno acabará redundando en un fracaso estrepitoso. Y aun desde el principio dejasteis que el argumento mismo fuese discutido por esa partida de indocumentados, de perros callejeros, de talibanes gritones y pancarteros. ¿Cómo queríais que con esa gentuza abarrotando el gallinero saliese adelante el sublime espectáculo taurino que viene a ser toda corrida moderna, comprensible tan sólo para espíritus egregios y elevados? Todo lo cual me sugiere que, en lugar de una actitud festiva, lo indicado sería, precisamente, retener la noble tradición de los reventadores del taurineo, hoy tan alicaída -que si los reventadores de obras malas siempre fueron saludables para el teatro, no digamos lo urgentes que serían para la tauromaquia actual-, y revolverlos de nuevo no sólo contra el taurineo, tal como los pateadores de antaño se revolvieron, sino contra las propias instituciones.
(...)
Aunque el pateo de los reventadores llegue a ser de tal magnitud que las fuerzas del orden se vean obligadas a intervenir prohibiendo toda discusión o predicación por parte de los aficionados sobre lo acontecido en la plaza y confiscase cualquier escrito o pancarta referido a ello, el único logro de los reventadores sería malograr el éxito del espectáculo en el crédito popular y desprestigiarlo ante la crítica.
(Este texto es un fusilamiento del artículo "La envidia del imperio", de Rafael Sánchez Ferlosio. ¿Cómo deben actuar los aficionados ante el atropello continuo al que se ven sometidos desde todos los puntos posibles en todas las plazas posibles? Mi respuesta: reventar el pseudo espectáculo. No servirá para nada, dicen, pero por lo menos constará en acta, digo)
"Lo que pretende el taurinismo -junto con otros propósitos todavía más indignos y superficiales- es tal vez inventarse a principios del siglo XXI, una nueva época dorada del toreo que, bien mirado, no ha llegado a existir. Me explicaré: todo espectáculo necesita, para serlo, conseguir credibilidad ante los espectadores: si no es creído por los espectadores, el espectáculo no existe como tal; la tragedia del gran espectáculo, de la gran ópera que hoy muchos querrían que fuese el toreo moderno, es que no puede llegar a ser creído por los espectadores de su tiempo, porque hay todo un gallinero abarrotado de reventadores que, desde que se alza el telón hasta que los alguaciles se ven obligados a desalojar la sala, no han dejado de patear un solo instante. Con semejante pateo de los reventadores el espectáculo pierde toda posible credibilidad y se malogra como un niño nonato. Y así puede que la nueva época dorada del toreo nunca llegue a existir. La amargura de las actuales generaciones es que esta época nunca llegue a ser reconocida con sincera convicción como tal. ¿Por qué a nosotros? dicen estos espectadores. Porque dejasteis -les contestan- que el gallinero se os abarrotase de rufianes, carentes de todo sentimiento de grandeza, renuentes a todo entusiasmo, insensibles a la sublimidad del toreo moderno; por eso vuestro toreo moderno acabará redundando en un fracaso estrepitoso. Y aun desde el principio dejasteis que el argumento mismo fuese discutido por esa partida de indocumentados, de perros callejeros, de talibanes gritones y pancarteros. ¿Cómo queríais que con esa gentuza abarrotando el gallinero saliese adelante el sublime espectáculo taurino que viene a ser toda corrida moderna, comprensible tan sólo para espíritus egregios y elevados? Todo lo cual me sugiere que, en lugar de una actitud festiva, lo indicado sería, precisamente, retener la noble tradición de los reventadores del taurineo, hoy tan alicaída -que si los reventadores de obras malas siempre fueron saludables para el teatro, no digamos lo urgentes que serían para la tauromaquia actual-, y revolverlos de nuevo no sólo contra el taurineo, tal como los pateadores de antaño se revolvieron, sino contra las propias instituciones.
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Aunque el pateo de los reventadores llegue a ser de tal magnitud que las fuerzas del orden se vean obligadas a intervenir prohibiendo toda discusión o predicación por parte de los aficionados sobre lo acontecido en la plaza y confiscase cualquier escrito o pancarta referido a ello, el único logro de los reventadores sería malograr el éxito del espectáculo en el crédito popular y desprestigiarlo ante la crítica.
(Este texto es un fusilamiento del artículo "La envidia del imperio", de Rafael Sánchez Ferlosio. ¿Cómo deben actuar los aficionados ante el atropello continuo al que se ven sometidos desde todos los puntos posibles en todas las plazas posibles? Mi respuesta: reventar el pseudo espectáculo. No servirá para nada, dicen, pero por lo menos constará en acta, digo)
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