Ahí lo tienen, Rafael Sánchez Ferlosio acaba de ganar el Premio Nacional de las Letras y recibe ¿reta? con una pequeña linterna de mano al pelotón de fusilamiento televisivo armado de precisos objetivos y grandes focos (¡horror!) que le acorralan a la puerta de su editorial. "¡Esto no es lo del barco! (por lo del Alakrana)". La linterna le queda bien, iluminado (en el buen sentido del término) iluminando, que a mi, particularmente, me deslumbra (en todos los sentidos posibles). En la jungla por la noche que son los saberes, un océano negro que algunos pocos recorren con sus linternas, otros más con velas, muchos, en la total y profunda oscuridad, Ferlosio es uno de esos escasos primeros, y de esos, de los que ha pasado su linterna por ese enmarañado e impenetrable trozo de selva llamado Tauromaquia. Y porque ese alumbramiento hay que hacerlo saber, porque aprovecho el homenaje como espuria coincidencia para hacerle yo otro, y, porque ¡qué coño! ya había prometido que iba a hacerlo y uno debe, por lo menos, intentar ser un caballero y cumplir su palabra, por todo eso, este, el que firma, se compromete a transcribir, en este mismo blog, las reflexiones vertidas sobre la tauromaquia por este insigne pensador en su libro "Las semanas del jardín", y, además, prometo, que al final, si esta misión llega a buen puerto, como rogamos a Dios que así sea, este, el que firma, se aventurará a realizar una conclusión apuntando las consecuencias que estos razonamientos tienen en relación con la situación actual del mundo de los toros.
A más ver...
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