O eso parecía. Cogimos un atajo campo a través. El coche se jodió en medio de un secarral extremeño en mitad de ninguna parte. Echaba humo. Debían ser las cuatro de la tarde. Caía el sol a plomo. Las moscas nos devoraban. Él se puso manos a la obra para arreglarlo mientras la radio vociferaba diferentes resultados de las Olimpiadas. Yo me zambullí en las frías páginas de "Vida y destino" (Vasili Grossman). Uno de los mejores libros que he leído en mucho tiempo. [Si me permiten el inciso. FERVOROSAMENTE RECOMENDADO por mi parte. Palabras mayores, como diría Muñoz Molina acertadamente para referirse a esta peazo novela ("monumento de ficción"), que me hace recordar las tonterías que escribió hace poco sobre el género, con un empacho de nocilla monumental, Vicente Verdú].
Cuando el Legionario dijo -"vamos"- subí al coche. No me di cuenta de que nos perdíamos la novillada hasta que ví la entrada de Mérida. Él se fue a robar un coche decente para mañana. No era fijo que pudiéramos ir. Había que rezar a la Martir. Me dejó con el Mulo. Cruzamos andando el puente romano entre grupos de gente con sus móviles a todo volumen. Fuimos hasta el Museo de Moneo. ¡Olé por Moneo!. Esto si es un edificio. Era de noche. Caminé por su nave central. Entre los arcos de medio punto flotando en un mar de ladrillos. Piscinas de mosaico colgando de las paredes. Estatuas de mármol y columnas de granito. Una extraña y antigua serenidad se había apoderado de mí a pesar del resquemor por no llegar a lo de Valverde. Éste se presentó de repente ante el clípeo de la Medusa, tan desesperada y triste la ví al lado del Jupiter Ammón. Casi quedo paralizado observándola, tal era mi empatía con ella. El Mulo gritó algo despertándome. Le seguí hasta una enorme ménsula blanca de una cabeza de toro. "Ahí tienes tu Prieto de la Cal". Situé mi frente en los rizos de la suya. La piedra estaba fría pero daba la impresión de que podía surgir una respiración caliente de sus adentros e invadirme los pulmones. Cerré los ojos. Tomé fuerzas... Más fuerzas tomé luego en el Castuo. Raciones de jamón, morcilla de Guadalupe y prueba de cerdo. Al levantarme de la mesa llegó la confirmación. Mañana íbamos a ver los Adolfos.
El Legionario apareció con un coche de padre de familia. Perfecto. Él iba conduciendo, y en la parte de atrás venía su hermano. Cano es como John Daly en extremeño, misma figura, mismo swing. Viéndolo fumarse un puro parece el presidente de algo importante. Me hizo ilusión que viniese para ver que opinaba tras el festejo, porque Cano es de esos aficionados prácticos que pasa de ir a corridas o verlas por la tele, él prefiere torear de salón o enfrentarse con alguna becerra cara a cara.
Otra vez en camino. Paisaje de dehesa, del Far West ibérico. Iba yo pensando en las corridas de toros y sonaba la voz grave de Johnny Cash. Una versión de los Beatles. Todo me parecía unido.
"In my life"
All my life
Though some have changed
Some forever
Not for better
Some have gone and some remain
All these places have
their moments
With lovers and friends
I still can recall
Some are dead and some are living
In my life
I've loved them all
En Valverde llovía fuego. Nos refugiamos para hacer tiempo bajo una carpa climatizada donde se había reunido el pueblo para disfrutar de las delicias de la tierra y el cante de fandangos y sevillanas. A la hora señalada caminamos hasta la plaza y compramos las entradas: SOL. También compramos agua para no morir allí. Nos sentamos. Culo a la plancha. El blanco encalado de los tendidos estallaba contra mi retina. No soplaba todavía esa minúscula brisilla procedente de la sierra que luego nos aliviaría y haría decir a los de sombra que "había hecho una tarde agradable". Menos mal que habíamos ido a ver TOROS, sin ninguna expectativa de ver toreros, porque eso fue exactamente lo que ocurrió. Ni un pase rematado abajo ni nada. Sólo alguna buena estocada. Hasta un picador quiso practicar la suerte de matar y se sacó al pobre toro hasta los medios de la plaza para asesinarlo... Pero todo mereció la pena por ver tan cerca a los Adolfos con sus capas cárdenas. Me parecieron muy bien presentados para una plaza de tercera (¿dignos de Málaga? me hubiera gustado preguntarle a los Malaka). Cuando el sexto murió a un par de metros de mi, quedó allí tirado sobre la arena esperando a las mulillas. Ese cuerpo vivo que había ido dos veces al caballo, que no había parado de embestir con nobleza, que se había tragado la muerte con la boca cerrada, yacía con las patas rígidas y un ojo en blanco. Parecía un animal de épocas prehistóricas. ¿Cómo sigues sobre esta tierra? le pregunté. Me contestó el público dedicándole una ovación puesto en pie...
Tenía el agua tan cerca que me acordé de la NASA y sus investigaciones en río Tinto. Según me parecía recordar, desde un punto de vista astrobiológico, acercarse al río Tinto es hacer un viaje hacia atrás en el tiempo sobre la superficie de Marte. Los modelos biológicos del río Tinto nos muestran una serie de comunidades de microorganismos habitando un entorno caracterizado por varias condiciones extremas para la vida como la conocemos, y que podrían haber sido comunes sobre la superficie de Marte hace miles de millones de años. Aquí se encuentran las explotaciones a cielo abierto más grandes del mundo, como Corta Atalaya, que llega a una profundidad de 350 metros. A pesar de que la explotación se remonta a más de 5000 años, sólo se ha extraído un 15% de sus recursos. Precisamente los subproductos de la actividad minera parecían ser los responsables de la extrema acidez (pH entre 0.9 y 3) y del color rojizo del río, e incluso se llegaron a elaborar programas de limpieza y recuperación de sus aguas, que durante mucho tiempo se creyeron carentes de vida. Pero nada más lejos de la realidad: se han descrito más de 1.100 especies distintas de hongos y un centenar de algas, además de protistas y bacterias. La actividad bacteriana se remonta a 350.000 años como mínimo.