(Estoy apoyado al sol en el muro de piedra viendo un toro. Subo al muro y comienzo a andar en alguna dirección. Andando por encima de las piedras. Entre encinas. Pura dehesa. En un momento dado se hunde el pie y se desprenden unas rocas. Casi doy con mis huesos en el suelo. Un par de metros de altura. Respiro aliviado. Pienso en Horrillo, ese TORERO, y su caída de 80 metros)
(
Por aquí cayó Horrillo)
"Pedro Horrillo, un ciclista de 34 años, casado y padre de dos niños pequeños, salió en bicicleta de Morbegno, sano y fuerte, un toro, a las 12.08; a las 14.08, tomó recta una curva a izquierdas en el veloz descenso del Culmine di San Pietro y cayó por un barranco, una pared vertical de 80 metros; a las 15.45, llegó en helicóptero, el cuerpo destrozado, entubado, inconsciente, inmovilizado, la cabeza rodeada de una férula, al hospital de Bérgamo, donde quedó ingresado, en coma farmacológico, en su unidad de cuidados intensivos con un drenaje en los pulmones.
En su largo, infinito, descenso -80 metros equivale a una edificio de 30 pisos-, frenado por las ramas de los árboles, que le golpearon sin cesar, se rompió el fémur y la rodilla derechos, Horrillo se dio un fuerte golpe en la cabeza que lo dejó atontado, se rompió incontables costillas que se le clavaron en los pulmones, provocando un neumotórax. En ningún momento dejó de respirar. Tampoco se le paró el corazón, su corazón fuerte y grande. Ni perdió el conocimiento...".
(Sería fácil llamar a Horrillo TORERO con mayúsculas por valiente y fuerte, pero no van por ahí los tiros. Es por algo mucho más importante y ejemplar... y mira que odio la velocidad y las carreras y no he tenido una bicicleta en la vida... Pateo las piedras bajo mis pies y pienso en los adoquines de la
París-Roubaix, esos caminos de ganado...)
La París-Roubaix
(La carrera más dura del mundo)(Toda una gesta también conocida con sobrenombres como La clásica de las clásicas, El infierno del norte o La última locura... 260 kilómetros, muchos de ellos sobre precarios adoquines y con, por lo general, condiciones climatológicas bastante extremas)
"Un verdadero infierno al que acuden cada año dos ciclistas españoles: Pedro Horrillo y Juan Antonio Flecha. Dos enamorados de las Clásicas del Norte.
Hablamos de la París-Roubaix, la carrera de un día a la que los propios organizadores designan la "reina de las clásicas", la "dura de las duras". "Una mierda de carrera, una basura auténtica", dijo un año Theo de Rooy, ciclista holandés que terminó siendo director en el Rabobank de Flecha y Pedro Horrillo, dos ciclistas españoles que buscan lo mítico en lo cotidiano, y que, por eso, no entenderían ni la vida ni su oficio sin la carrera del pavés (adoquín).
La primera París-Roubaix se disputó en 1896, pero sólo alcanzó la belleza que obtienen las cosas por su anacronismo a partir de 1968. Comenzó disputándose casi enteramente sobre pavés porque en aquellos años todas las grandes rutas del norte de Francia estaban empedradas. Pero poco a poco, durante el siglo XX, el asfalto liso, regular, empezó a cubrir el granito, y la París-Roubaix, la carrera de 260 kilómetros entre la Ciudad Luz y un velódromo en el centro de un suburbio industrial y feo de Lille, en la frontera con Bélgica, se convirtió en una carrera más. Después de la liberación de 1945, incluso se buscó evitar los peores tramos para "humanizar" la carrera. La normalización condujo a tal banalización que en 1967, cuando sólo poco más de 20 kilómetros se corrían sobre adoquines, los organizadores, los mismos que montan todos los meses de julio el Tour de Francia, decidieron un retorno a los orígenes. Cambiaron el recorrido, se internaron por caminos rurales y por zonas mineras, descubrieron carreteras imposibles que, entusiasmados, añadieron al trazado. Nació la leyenda. La carrera que convirtió a Horrillo y Flecha en dos fanáticos. Dos locos.
"La lluvia, la lluvia", suspira Flecha, que nació en Argentina, pero lleva más de media vida en Cataluña. "Ojalá llueva. Las carreras heroicas hay que correrlas en las peores condiciones. Esto es una carrera para tipos duros". Y Horrillo, el alma lírica, se exalta: "El primer año quería que lloviera a toda costa. Era la ilusión del primerizo. Y cuando salimos del hotel por la mañana no llovía, nevaba. Los compañeros veteranos parecía que iban a un funeral, pero yo estaba en una nube. Era un sueño hecho realidad. Cualquiera que debuta debería sentir lo que yo sentí, escalofríos de amor por la Roubaix. Si no la amas, mejor no la corras".
La París-Roubaix es lineal como una etapa, una línea que serpentea dando puntadas a un lado y otro de la autopista por caminos rurales entre campos de cereal recién sembrados, caminos de adoquines por los que sólo se atreven a aventurarse campesinos en tractores. Son 28 tramos de pavés que totalizan casi 60 kilómetros de los 260 totales del recorrido. Tramos numerados de atrás adelante. El infierno de verdad empieza en el bosque de Arenberg. "Ninguno de los tramos anteriores tiene un punto de comparación", dice Pedro Horrillo. "En el bosque, el adoquín está hecho trizas. Las ruedas patinan porque las piedras, muy separadas entre sí, conservan una capa de humedad; es el rocío que cae de las ramas de los árboles lo que mantiene la carretera en la umbría. Si te paras no encuentras luego dónde agarrarte para relanzarte, es como una pista de hielo".
"Cuando un ciclista va mal en el adoquín, cuando no tiene fuerzas, se tortura; luego bromea y dice: he ido contando los adoquines" Cuando va bien sueña. Cancellara decía que se sentía como Moisés en Los Diez Mandamientos, como si el mar Rojo se abriera a su paso. Para mí es una gozada, siento como si abriera un surco en la nieve, floto", explica Flecha. "Con fuerza y técnica, ni noto los baches. Es lo mismo que bajar escaleras con la bicicleta: cuanto más rápido, mejor. Hay que atacar con velocidad; en el bosque de Arenberg hay que entrar a 60, esprintando desde el paso a nivel, con las manos en la parte inferior del manillar, los brazos ligeramente flexionados y muy relajados, como si llevaran las riendas de un caballo, y sintiendo la bici entre las piernas".
El tercer acto, el final, es el éxtasis. Las duchas. Los cubículos donde los ciclistas-guerreros se despojan de sus armaduras. Son duchas comunes, como de barracón militar: una cadena colgando de la alcachofa, agua hirviendo sobre la espalda. En cada cubículo, una placa con el nombre de un ganador. "Se me pone la piel de gallina", dice Flecha. "Son como tumbas en un cementerio militar. Podemos, si queremos, ducharnos en el autobús del equipo, pero yo me niego. Una Roubaix sin las duchas no es una Roubaix", dice Horrillo. En la ducha común, los corredores cuentan su experiencia, se ríen, se liberan, el cerebro ya inundado de endorfinas. "Me gusta el ambiente de confraternización entre corredores. Ambiente de gente de resistencia". "Es la esencia de la Roubaix", añade Flecha. El paraíso tras el infierno para los supervivientes".
(¿Alguien ha leído algo más TORERO últimamente?)
(La búsqueda de lo mítico en lo cotidiano. En esas carreras duras del Norte, consideradas un anacronismo por muchos. Una basura, una mierda autentica. Una payasada. Algo sin lo que Horrillo y Flecha no entenderían su vida y su oficio. Una carrera que se intentó "humanizar" y lo único que se consiguió fue banalizarla. Se tuvo que volver a los orígenes. A los caminos del ganado. Empieza la leyenda. Empiezan a ser llamados "locos". Pero ellos son tipos duros y sienten escalofríos de amor por la carrera. Si no la amas, mejor no la corras. Cuando van mal: una tortura. Cuando van bien: como Moisés separando el Mar Rojo. Flotando. Todo se supera con fuerza y técnica. Cuanto más arriesgado, mejor. Al final, el éxtasis para los ciclistas guerreros. Ambiente de gente de resistencia... El paraíso tras el infierno para los supervivientes...)
Hay aspectos tan evidentes que casi me sonrojo al mencionarlos. Por ejemplo, la similitud entre la Roubaix y las ferias toristas francesas (Vic, Ceret...) o Cenicientos... Ese parece que debe ser el camino a seguir. Consolidar esas ferias como pequeños reductos para la leyenda. Hacerlas clásicas... La ruta del aficionado pasa por estos apartados caminos de ganado, muy lejos de las autopistas de borregos... pero esto está claro como el agua y no hace falta repetirse.
Lo que hay que destacar y repetir hasta la saciedad es la actitud y carácter de estos dos hombres y el amor que destilan a su profesión... Hasta convertirla en mucho más.
Un ejemplo para todos los toreros.
(Flecha y Horrillo)
(TOREROS)