Para todos nosotros ha de ser un honor llevar a término esta tarea que comenzaremos hoy, y que esperamos y deseamos que otros compañeros nuestros continúen en todas las plazas de toros de toda España. Pero procurad que la muerte del torero no sea instantánea. Debéis hacerlo de manera que se vaya muriendo despacio. Primero le claváis un cuerno en una pierna; después lo empitonáis por el culo y lo arrastráis un buen rato por la arena de la plaza; seguidamente, le incais otro cuerno en la otra pierna y que le salga y pierda bastante sangre. Cuando lo tengáis bien mareado y sangrando abundantemente por todas partes, lo horquilláis con los dos cuernos por el pecho, lo volteáis un buen rato, y cuando caiga al suelo lo acabáis de rematar con los cuernos y las patas pisándolo hasta que saque el hígado por la boca y se muera. Hacedlo durar cuanto más mejor. Así nosotros nos lo pasaremos muy bien disfrutando de su agonía y muerte. Cualquiera de nosotros que consiga cargarse un torero, será obsequiado con su verga y sus testículos, así como las dos orejas, nariz, pies, manos y brazos, que colgaremos en nuestro corral como un gran trofeo, cuando volvamos a nuestras dehesas de Extremadura o Salamanca, orgullosos de haber cumplido con una gran tarea.
Y pensad que nosotros somos seis, y ellos sólo tres, y no pueden salir vivos de la plaza que desde hoy cambiará el nombre, y en vez de llevar el ominoso nombre de «plaza de toros», se dirá pomposamente «plaza de toreros», porque a partir de ahora han de ser los toreros quienes mueran en los ruedos; no nosotros. Este ensañamiento con unas bestias tan nobles y estilizadas y de buena casta como nosotros, se ha de acabar a partir de hoy. Preparaos por salir con mucha dignidad al ruedo, la cabeza bien alta, y con muchas ganas de cumplir la misión que todos tenemos en un día tan señalado para la Historia.
Muchas gracias por escucharme compañeros, y que la tarde nos sea a los seis provechosa. Del que quede de los toreros, que hagan lo que quieran. No creo que los cuelguen de un gancho en una tienda carnicería para venderlos al público a tanto el kilo, tal y como hacen siempre con nosotros, pero quedarían bien allá colgados unos cuántos días expuestos, para que la gente tomara conciencia de que las corridas de toros se han de acabar para siempre». Vicente Marqués Sanmiquel.
Perdonen el bochornoso texto que, sí han aguantado hasta el final, les he castigado a leer. Esta públicado en elplural.com, periódico digital progresista (sic), y es un ejemplo perfecto del antihumanismo que nos rodea como una plaga. Permitanme que señale algún punto que me ha llamado la atención en relación a lo anteriormente mencionado, otros se me escaparan, confio en ustedes para sacarlo a la luz.