"Apenas la entreví la mañana de nuestro arribo. Iba muy enfermo, en una embarcación que alquilamos cuando nos rendimos ante la evidencia de que no sería capaz de seguir a caballo, pero el primer contacto fue deslumbrador. Después de Bomarzo, hecho de piedras ásperas, de ceniza y de herrumbre, apretado, hosco, Venecia se delineó frente a mí, aérea, transparente, como si no fuera una realidad sino un pensamiento extraño y bello; como si la realidad fuera Bomarzo, aferrado a la tierra y a sus secretas entrañas, mientras que aquel increíble paisaje era una proyección cristalizada sobre las lagunas, algo así como una ilusión suspendida y trémula que en seguida, como el espejismo de los sueños, podría derrumbarse silenciosamente y desaparecer. No es que yo considerara Bomarzo menos poético -líbreme de ello Dios-, pero en Bomarzo la poesía era algo que brotaba de adentro, que se gestaba en el corazón de la roca y se nutría del trabajo secular de las esencias escondidas, en tanto que en Venecia lo poético resultaba, exteriormente, luminosamente, del amor del agua y del aire, y, en consecuencia, poseía una calidad fantasmal que se burlaba de los sentidos y exigía, para captarla, una comunicación en la que se fundían el transporte estético y la vibración mágica. Ésa fue mi impresión primera ante la fascinadora. Luego comprendí que, sobre mí en todo caso, la fuerza misteriosa de Bomarzo, menos manifestada en la superficie, más recónditamente vital, obraba con un poderío mucho más hondo que aquel cortesano seducir, hecho de juegos exquisitos y de matices excitantes, pero, como tantos, como todos, sucumbí al llegar ante el encanto de la ciudad incomparable, traicioné en el recuerdo a mi auténtica verdad -cada uno tiene su propio Bomarzo- y pensé que no había, que no podía haber en el mundo nada tan hermoso como Venecia, ni tan rico, ni tan exaltador, ni tan obviamente creado para procurar esa difícil felicidad que buscamos con ansia, agotando seres y lugares, los desesperadamente sensibles."
Me voy a Roma unos días y les dejo con esta reflexión, tras Bilbao, extraída de Bomarzo, de Mujica Láinez. La clase y la estética pueden tener su momento, la casta la llevo en las tripas.
Cada uno tiene su Bomarzo...
Arriba y abajo: chiquero de Venecia y chiquero de Bomarzo
A la vuelta: Miura, Victorinos y traineras...