El otro día iba por la calle y me encontré una exposición de
Antonio Saura. Entré buscando algún perro de Goya. Había uno. Era sólo una litografía, pero me bastó. Siempre me gustó el
perro semihundido. Creo que refleja bastante bien como navegamos por este río de la vida donde nadie pidió ser arrojado. Con el agua al cuello y disfrutando de poder mirar las estrellas. Gritando el nombre de nuestra amada, aunque sea inútil, cuando no estamos tragando agua turbia. Saura ha cambiado los ocres por el negro. Dicen que no puede ser de otra manera en esta época. En las distintas versiones que ha realizado, he podido observar que el nivel del ¿agua? ¿Mierda? ha subido. No se si hay que buscar en ello una crítica al progreso a la manera de
Benjamin con Klee.
El hombre de la galería me empezó a hablar. Que sí con Palomo Linares se le llenaba y con Saura no venía ni Dios, que sí en la inauguración de Palomo vino hasta la tele y con esto no había salido ni en los periódicos, blablabla... Se fue y di una segunda vuelta solo, pensando, sin prestar atención a lo que tenía delante, sobre este mundo y toda su mierda que nos ahoga. Hasta que volví a estar frente al perro. "El torismo también se ahoga dice el Aguado. Normal. La ignorancia anega todos los campos". Pensaba en alto. "¿Y uno qué puede hacer como aficionado?". Salí de allí con el runrun, apagaron las luces tras de mí. Sólo las encienden cuando entra alguien.
Luego, fluyendo, me acordé de esto, que creo que puede venir al caso (los paréntesis son míos): Parece ser que los taoístas -los seguidores de Lao Tse-, viendo el mundo (de los toros) tan lleno de maldad y de injusticias, solían optar por apartarse de él e ir a refugiarse en montes solitarios (abandonar); de esta manera, refiriéndose un día, metafóricamente, al mal del mundo, un tal Kia Ni, ermitaño, dijo: "Una terrible inundación (el destoreo moderno y sus borregas) cubre la tierra y nadie puede hacer nada contra ella, ¿no vale más retraerse a las silvestres soledades (abandonar)?"; un tal Tsi Lu, que oyó este comentario, se lo refirió más tarde, con las mismas palabras a Confucio. El maestro suspiró profundamente y dijo: "Bien sé que no es, por cierto, la verdad la que reina en este mundo (de los toros), pero ¿cómo yo podría vivir entre los pájaros y los animales (abandonar)? ¿Qué pintaría yo entre ellos? ¿Acaso no soy un hombre? Pues tendré que vivir entre los hombres (entre el público). Y ya que, como decís, impera entre ellos el desorden, con tanta más razón". Confucio tenía, por tanto, contra el mundo (de los toros) tantas quejas y agravios como pudiesen tener los taoístas y Lao Tse, pero rechazaba la idea de abandonarlo a su propia suerte. Un ermitaño taoísta que, desde lo alto de los riscos en que tenía su covacha, acertó a verlo un día mientras pasaba veloz, por el camino de los valles, reconociéndolo, incluso a tal distancia, por el incomparable donaire de sus andares, le espetó a un confuciano que había subido al monte a visitarlo un comentario que quería ser despectivo hacia el mismo Confucio, a quien ambos seguían aún con la mirada desde su privilegiado observatorio: "¿Ese es el hombre de quien decís que sabe que nada puede hacerse, y sin embargo continúa?"; frase en que pretendiendo mostrarse desdeñoso no acertó a ser, en verdad, sino encomiástico en grado insuperable.
Pues eso, que esto lleva ya más de 200 testimonios, y aunque el agua, la mierda, parece que no dejan de subir, y uno se vea revuelto y rebujado con tantas miserias y contaminaciones que a veces dan ganas de emboscarse lejos de este mundo (de los toros), he decidido continuar el ejemplo de Confucio y seguir dando la coña con lo de que nada tiene importancia si no hay toro, con lo de la suerte de varas como eje de la lidia y con lo del respeto a los cánones a la hora de realizar las suertes... Lo siento por ustedes.