FONDO Y FORMA

Para entender algo de la Feria de Sevilla hay que pasearse por la exposición sobre el Barroco del Victoria & Albert Museum (V&A) de Londres, el museo más grande del mundo de artes decorativas. Esta visita puede deparar al visitante insospechadas lecciones sobre la Tauromaquia de nuestro tiempo y la manera como en ella se ha ido produciendo esa sustitución del fondo por la forma -del contenido por el continente- gracias al reinado actual del narcisismo y la frivolidad. Llegué allí refugiándome de la segura borreguez que se avecinaba sobre el Baratillo (nunca tanto como ahora mereció semejante apelativo) tras el petardo de Victorino y compañía... Una especie de exilio a lo Chaves Nogales pero bastante menos dramático. A los pocos días, andando por las entrañas de la ciudad, su metro, no tardé en cruzarme con los típicos anuncios. ¡Gran exposición sobre el Barroco en el V&A! El caleidoscópico recargamiento del cartel me injirió. Había que parar en South Kensington. ¿Por qué? Las características del Barroco en la pintura y la escultura son el movimiento arrebatado y el momento congelado de un drama al límite de la violencia o del cambio violento, el llamamiento directo reclamando la participación inmediata del espíritu del espectador y de sus emociones, la catarsis y la empatía sus objetivos… El toreo es Barroco y aquí se trabaja con conexiones. Pensaba encontrar alguna... y vaya sí las encontré...
Porque casi nada de este Barroco dramático y violento, aunque algo hay, se puede encontrar en la exposición o en la Maestranza. En consonancia con la tendencia frívola actual, ambas instituciones han optado por otro Barroco más agradable, llamativo, versallesco, Rococó, Kitsch. Un extravagante y abigarrado horror repleto de cupidos rubicundos y matadores efebos, eróticas odaliscas desnudas y sensuales pijas con gafas a la Pinochet, estilizados motivos florales y enormes capotes flotantes, estuco y porcelana y delicados toros de mazapán. Lo dicho. Mucha forma y poco fondo.

Todo esto quedo explicito enfrente de dos obras del museo, una perteneciente a la exposición y otra no, que aceleraron mi pulsación como toros embistiéndome de frente. En la sala Raphael está colgado un retablo con bien de trapío, originario de alguna capilla valenciana en honor a San Jorge y pintado por el artista alemán Andrés Marçal de Sas entorno al 1420. Debe medir unos seis metros de alto y cinco y medio de ancho. Madera dorada policroma con dieciséis paneles narrando de manera bastante sangrienta la vida, obra, milagros, martirio y muerte del santo en cuestión. La central y más prominente describe la victoria sobre el dragón con lanza y montado a caballo. La otra obra en cuestión, que no puedo olvidar, ojalá pudiese, era la que dentro de una vitrinita te recibía en medio de la oscuridad propia de un chiquero nada más entrar a lo del Barroco. Un camello obscenamente feo hecho de perlas cabalgado por negritos sobre pedestal dorado. Una cuarta de tamaño y creo recordar que de origen portugués (¿Goa?). En estas dos obras se reflejaban dos maneras de entender el arte de hacer algo. Cualquier cosa. El fondo y la forma de los que venimos hablando. También, creo, y esto es lo que importa aquí, dos maneras de entender el toreo.



Ahora, al recordarme delante del retablo, puedo ver con facilidad como esa disposición ordenada de sus paneles, que pretenden hacer comprender al espectador una historia, se me asemejaba a la lidia y disección de la bravura de un toro. Como la función de enseñar algo era realizada y se complementaba con belleza como cuando los tercios se realizan canónicamente. Sin ninguna frivolidad. Todo detalle subordinado al fondo... y en el centro, en San Jorge matando al dragón, veía, días antes de que aconteciese, la actitud del Fundi ante cualquier fiera que le echen y el tercio de varas de Huracán, dragón bravo de la ganadería del Pilar.
En el otro, por desgracia, veía muchas cosas más. La vitrina que protegía esa miniatura del alcance de mis manos era una especie de tft donde se reflejaban las corridas de la feria como si estuviera directamente conectada a plus.es. Estimulación barata de los sentidos mediante el uso de recursos facilones. Búsqueda desaforada de lo bello saltándose los valores hasta llegar al horror. Todo detalle y nada de fondo. Y en la cara del negrito encima del camello se me aparecía el rostro de Javier Conde tomando el olivo. Javier Conde, el modelo de lo banal. ¿Pero cuántos hay como él? ¿Cuántas faenas intrascendentes ante toros esponjosos han pasado como toreo estas dos semanas? ¿El 99%? ¿Y Morante? ¿Dónde veía a Morante?



Morante, protagonista absoluto de la feria, como ángel y demonio que es, lo veía por todos lados en destellos. Algunos elegantísimos remates dorados del retablo eran su capote ante el Victorino, por bajo y por verónicas. Algunos lances más, y pases de su interminable faena se encontraban en los detalles de las pinturas. Grandiosos detalles con la izquierda... pero también apareció cabalgando al galope el camello huyendo de su segundo albaserrada. Incapaz y superficial se manifestó en ese momento. Como a la hora de la suerte suprema, donde demuestra cada vez que le toca, que nunca podrá ser un San Jorge, un matador de dragones, de toros, utilizando así los aceros... Todo esto se cortó bruscamente cuando me dijo la Virgen que quería andar por la calle vestida sólo con zapatos de tacón y un buen bolso. Y allí, en el V&A, dejé a la tauromaquia y a Morante entre el fondo y la forma...